Este núcleo urbanístico del reinado de Felipe V aumentó su población y fue necesaria una reordenación de su caserío, para lo que en 1787, como consecuencia de las nuevas poblaciones carolinas, se trazó un nuevo poblado borbónico. Esta población, en el año 1800, se convirtió en la villa independiente de San Carlos del Valle de Santa Elena, con un conjunto arquitectónico organizado en cuadrícula alrededor del núcleo representativo de 1713.
Hay, sin embargo, aspectos singulares en la construcción de San Carlos del Valle: en primer lugar la personalidad jurídica de su promotora, la Orden Militar de Santiago en cuyo Campo de Montiel se halla Membrilla; en segundo lugar, la circunstancia de que en este pueblo se suman dos diferentes modalidades del urbanismo español del siglo XVIII: por un lado, el casticismo barroco del conjunto de iglesia y plaza cerrada según el modelo desarrollado por Churriguera en el Nuevo Baztán, y por otro el urbanismo racional del plano de 1787. El proceso de fundación y colonización de San Carlos del Valle se llevó a cabo bajo la supervisión y el impulso de la Orden de Santiago y con planteamientos de una especial calidad urbanística y arquitectónica.
Estas pequeñas actuaciones urbanas, de sobriedad funcional, como ocurre en San Carlos del Valle, son pruebas de cómo el régimen absolutista no se orientaba sólo hacia la manifestación del esplendor cortesano o hacia la grandiosidad arquitectónica. Existe siempre la voluntad de buscar el bienestar de los habitantes, mejorando las condiciones del país. Detrás del escenario barroco existe la realidad de un urbanismo que quiere diseñar un mundo mejor y una ciudad mejor planificada para sus habitantes.
La iglesia de San Carlos del Valle
En el sitio de una ermita dedicada a Santa Elena al menos desde el siglo XVI, la creciente devoción por una imagen pintada del Santísimo Cristo del Valle condujo a la construcción de una espléndida iglesia de planta central en un contexto barroco y rural.
Entre 1713 y 1729 se construyó una iglesia dentro del pleno barroco de principios del siglo XVIII. Es un edificio de concepción compleja y elegante, con unas trazas que algunos atribuyen a José de Churriguera, Teodoro Ardemans, o Juan de Torija. El programa ambicioso y la riqueza de la Orden de Santiago pueden confirmar el origen madrileño de la traza, ejecutada de un modo tosco y popular.
Tiene planta de cruz griega inscrita en un cuadrado que se cubre con una gran cúpula encamonada (vuelta al exterior por un alto tambor octogonal realzado por una superestructura de cinc y pizarra ligeramente apuntada y adornada con ocho buhardas ovaladas), y un gran chapitel que se corona con una linterna poligonal y un esbelto obelisco. En los ángulos del cuadrado, entre los brazos de la cruz, cuatro torres ochavadas se rematan con chapiteles más pequeños, que juegan alrededor que la torre central. La planta de unos veinte metros de lado define un espacio interior en el que la altura del espacio cambia el valor de la planta equilibrada de lados iguales. La simetría de la distribución, el equilibrio de sus lados y las formas equilibradas parecen encontrar su contrapunto en la altura que adquiere la cúpula que cubre el espacio.
La imagen del templo
Pero siendo esto elemento significativo del carácter culto de la composición hay una intencionalidad más importante en la volumetría y su visión general del conjunto construido. El cuerpo casi cuadrado de la base deja el apoyo necesario a los cuatro torreones de planta octogonal en sus cuatro esquinas y el espacio central de la cúpula de planta octogonal que sobresale por encima de ellos. Se generan así perspectivas y visiones de una gran riqueza y complejidad espacial. Desde los frentes del templo los elementos parecen situarse en un mismo plano escenográfico con posiciones apenas diferenciadas aunque marcadas por su altura que, en la perspectiva cercana, quedan ocultas. Las visiones desde las esquinas ponen de manifiesto la volumetría del conjunto y la riqueza de sus soluciones formales y espaciales. Y sobre todo, la visión lejana del conjunto, acentúa la proporción elevada de la misma como elemento singular en medio de un paisaje de llanuras. Los más de cuarenta metros de altura de su coronación frente a los 20 de su planta marcan este carácter de verticalidad que, a pesar de su reducida escala, la hacen aparecer como templo de grandes dimensiones y significación en el entorno.
La base de la cúpula central se sitúa ligeramente por encima de la altura que tiene el lado de la planta de la iglesia (unos 20 metros) generando así un espacio de proporciones cúbicas en el conjunto exterior e interior de lo construido. Pero sobre esta base general se levantan los cuatro torreones de las esquinas y la cúpula central con su chapitel. La pequeña iglesia quiere adquirir una imagen que se alza como protagonista en el entorno territorial. La solución constructiva de su remate superior tiene un diseño y una calidad excepcional que define una imagen de grandiosidad, frente a la sencillez de la planta.
Los torreones alcanzan más de diez metros de altura en cada uno de sus remates superiores sobresaliendo así sobre la base edificada la mitad de su altura. Y el elemento central que remata la cúpula llega a alcanzar los veinte metros duplicando así la altura del edificio que tiene en su punto central cuarenta y seis metros de altura.
La ligereza de los materiales
Esta altura del edificio con un perfil lineal en sus formas se alcanza con elementos ligeros que se alzan sobre la base sólida de la piedra y el ladrillo de su base. Estructuras de madera recubiertas de pizarra y plomo o de la uralita de sus últimas restauraciones conforman los elementos lineales que se alzan sobre su base definiendo un perfil en el territorio. Estructuras constructivas de una concepción sugerente para levantarse hasta la altura deseada en un papel puramente representativo y sin más funcionalidad que la de servir de imagen del templo remarcando la grandeza del mismo.
El templo reivindica así su referencia de hito en el paisaje circundante y desde las diferentes carreteras de acceso a la población se hace visible muchos Kilómetros antes de llegar. En este caso con una singularidad frente a otras construcciones religiosas. Ahora no es la torre puntual la que alcanza la altura sobre el entorno, sino que es el conjunto del edificio con sus formas de cubierta el que se eleva conformando un perfil singular, simétrico en sus cuatro direcciones. La pequeña ermita del Cristo del Valle de Santa Elena se levanta con el orgullo barroco sobre el entorno natural del paisaje circundante. La plaza de arquitectura popular la acompaña, en su entorno próximo, en un contraste que pone en valor ambos elementos precisamente en esa contraposición. Una de las iglesias más bellas de la provincia con una imagen singular.
Autor: Diego Peris Sánchez
Fuente: lanzadigital.com